Blusa azul, como la lluvia
A veces las gotas de lluvia, son perlas nacaradas que se deslizan por la ventana atraídas por la música de mi piano. Cuando suenan las cuerdas, el aire se viste de fragancia musical saliendo en todas las direcciones. Y cuando el dueto vibra siguiendo las notas del papel, las gotas en el cristal, meras espectadoras se aferran con fuerza a su superficie. Pero van perdiendo fuerza y se deslizan unas sobre otras, formando ríos que serpentean obstáculos invisibles para caer en el rellano de la ventana.
Me gusta pensar que alguna de esas notas se aferraron como un náufrago vibrante al líquido salvavidas que las lleva al mundo físico. Y que una vez provistas de un cuerpo acuático se dejan caer por la fachada hasta alcanzar el suelo, allí donde chapotean mis hortensias, donde el rosal afina su violín de terciopelo. Y las notas de mi piano, al verse libres de las normas que dicta el pentagrama corretean por los charcos silbando los que les viene en gana.
Y así el orden que roza la divinidad de la sonata de luna, se confunde con el griterío de unos chiquillos que juegan a ser gotas. Y ese griterío inconsciente estimula a mis dedos para que el piano siga cantando la libertad de muchas más notas. A veces creo que delirio; pero el sonido de Beethoven embriaga, tanto talento, tanta hermosura, que hasta la lluvia se presta a ser su guardia, su chofer a la amada tierra.
Ahora el temporal arrecia y Tchaikovsky toma la iniciativa. Las gotas parecen vivas, la ventana es una cascada cuyo manantial del cielo salta de su aljibe. Músicos imaginarios tocan sus instrumentos, ahora la obra avanza y la ventana es una herida, de la que brota música con vendas de agua. Imaginaros mis lirios que felices, por una vez todo el maná a su alcance.
Me encanta la música, me encanta ver la lluvia, disfrutar de esos momentos en los que el tiempo es una ecuación sin prisa para resolver. Solo cuando llega mi André se detiene la música, calla ese flautista que perdió Mozart, silencia el Oboe Handel y en una esquina rueda vergonzosa una batuta, el maestro de la sinfonía de mi alma ha llegado, y yo como en los días de lluvia, siempre azul, siempre sonriendo; como el cielo.
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