Corazón

El inicio del verano

De nuevo comienza el verano. Sin duda uno de los veranos más atípicos de toda nuestra vida. Cada una interiorizara y superará esta etapa con lo mejor de una misma. Aprovechando un bonito paseo vi cómo la primavera había renovado con nuevos estampados y tendencias a la naturaleza.

Aprendamos de nuestra madre tierra, que siempre se sobrepone tras la tormenta más aciaga, tras el huracán más destructivo o tras la sequía más terrible. Siempre la vida se abre paso, siempre hay un resurgir, un elevarse de nuevo sobre la tierra.

Te mostramos en esta galería, trazos de nuestra Tierra con las obras de nuestro maestro artesano que al igual que el agua doma a la roca, el cincela con sus manos tan especiales pendientes.

O los colgantes con alas, con iniciales, con corazones, con su esencia

Disfruta de la vida, de la naturaleza de tu tiempo y de la belleza.

Pendientes El invernadero

El invernadero

Recuerdo…

Como las rosas de invernadero, en los fríos inviernos de la Alsacia. Con ese rojo tímido que el rocío de los vaporizadores va regando mientras el gélido viento golpea los cristales. Recuerdo esas tardes embriagadas en perfumes de flores, olor a leña de la chimenea y esa paciencia infinita de André para ir moldeando los rosales. En esta época puede parecer extraño ver a un hombre cuidar flores, recortar ramas secas, dirigir los nuevos brotes. Pero en esa Alsacia de mis recuerdos, el tiempo no invitaba a salir a la calle, y las visitas escaseaban como los rayos cálidos del sol.

¿Así que podía hacer André en los días invernales de domingo? Sumergirse en la lectura de un libro, mientras el vapor de una tetera nos susurraba que era mejor no salir a la calle. Durante un tiempo lo hizo, mientras hacía pausas para resumirme quién era el capitán Ahab y su obsesión por Moby Dick. O como Davy Crockett defendía un Álamo que poco sabía de su fama.

Pronto mi André quiso compartir conmigo, algo más que sus resúmenes literarios y con un poco de dinero ahorrado reconstruyo el viejo invernadero de nuestra casa.

Poco a poco los libros de aventuras, de grandes gestas fueron cediendo su sitio a los de botánica. Probamos varias plantas, pero al final nos decidimos por las rosas. De todos los colores, de varias especies. Esos inviernos en los que la nieve franqueaba el paso a la invitación de buscar aventuras, el invernadero se convertía en nuestro refugio.

La semanas se hacían largas, de casa al trabajo y la rutina diaria, pero los domingos eran para ese invernadero. Recuerdo el olor a café y a leña en la cama al despertarme. Bajar al comedor y ver la puerta del invernadero abierta. En la mesa de trabajo mi café, alguna pasta y siempre André leyendo con admiración aquellos libros.

El trabajo

El plan de trabajo era sencillo, localizar hojas secas, contabilizar nuestras miradas, regar y trasplantar los nuevos brotes. Recordar la madera de tea, de pino con rosa Nuage todavía me estremece.

Y si me pinchaba allí estaba André, como un soldado del frente con su botiquín blanco, impoluto. Me curaba y me vendaba como quiero imaginar, que se cura el ala dañada de un ángel en el cielo. Y luego buscaba en el viejo cajón de la mesa de trabajo, y entre papeles de seda siempre me entregaba un regalo. “Para quitarme el dolor me decía”….   Un collar, unos pendientes, un anillo… Pero para mí no era el regalo, si no la cura, la ternura de André, aquellas manos, las suyas…

Pendientes El Invernadero

 

 

 

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AzulArtico

Pendientes de azul ártico

Pendientes de azul ártico

El azul ártico se derrite, un pájaro de fuego ha elegido aquellas latitudes para instaurar su nido. Las afiladas cuchillas de hielo, se convierten en manantiales que van a descansar al mar. En uno de esos cristales de agua congelada hace millones de años, quedó atrapado un reflejo del mismo cielo. Y ahora gota a gota azulada, va escurriéndose entre heridas de hielo, entre puentes de nieve hasta que una avispada ola coge entre sus dedos de sal, esa gota del cielo. Y ya en sus manos, se deja llevar por la corriente hasta que semanas después, a través de ese torrente que es la inspiración, las manos de Charo Marín con el cristal de Murano y la plata, recuperan esa tonalidad Antártida y celeste para crear un pendiente sin imitadores. La naturaleza es sabia y al igual que no clona galaxias, ni planetas, ni especies, ni montañas, los pendientes de azulado porte no tienen a semejantes.

Una obra de arte que se bifurca en un baile de plata para luego volver y engarzar el azul, como solo las aves saben que se engarza el horizonte.

Todos tenemos el recuerdo o al menos la sensación que tuvimos, la primera vez que vimos el mar. Ese horizonte sin fin separado por la línea fina del cielo. Ese lugar que de existir, mezclaría los tonos de todos los azules que existen y los que han de descubrirse, como el de estos pendientes.

Una oportunidad, una ocasión de ver un azul alquímico, muy difícil de contemplar si no se domina el timón en los sueños.

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Pendientes de azul ártico

Pendientes Perla

Pendientes y compañía

Nunca debí aceptar su compañía. Era una mala época donde el trabajo y la falta de tiempo me impedían parar en el escaparate. Algún vestido colorido visto de reojo mientras iba a la carrera, pero poco más. Hasta que llegó otoño y el frío y la lluvia me obligó a refugiarme en ese escaparate, guarnecida por aquel viejo toldo que plantaba cara al cielo, o al menos lo pretendía.

Mi mirada recorría aquel escaparate maravilloso. Zapatos de ensueño, bolsos de película, collares de fantasía y aquellos….pendientes. Tan pequeños, tan delicados, tan brillantes que no podía apartar mi mirada de ellos. Estaban junto a un cálido gorro de lana con un pompón gracioso, pero ellos destacaban por encima de todo.

Pendientes Perla

Haciendo un esfuerzo, (adiós a tomar el autobús en unos días) me los compré. No sé por qué, yo no soy de ponerme algo nada más comprarlo, me puse los pendientes en la propia tienda. Salí caminando, lloviznaba un poco y ocurrió. Una voz masculina que decía “me permite” me recorrió todo el cuerpo. Cuando pude darme cuenta un paraguas negro agarrado por unos elegantes guantes de cuero, cubría todo mi cuerpo. Aquel hombre amable, con su corbata azul de rombos, su olor a perfume de Hugo Boss, su limpia mirada, me había conmovido. Me acompañó andando a mi casa, mantuvimos una conversación agradable, yo no daba crédito, nunca me había ido con un extraño. Pero supongo que las circunstancias de la lluvia, las buenas maneras en estos tiempos, me embriagaron y permití que me acompañara. Agradecí no tener el dinero para el autobús y ese paseo bajo la lluvia.

Llegamos a mi portal, nos despedimos, el me invitó a una taza de café pero la rehusé, estaba maravillosamente nerviosa.

Al día siguiente, a la misma hora con el paraguas cerrado y con frío, aquel hombre me esperaba en el mismo sitio donde le encontré.

Poco a poco fuimos quedando, nos fuimos conociendo y hasta nos casamos. Lamentablemente a veces las cosas no salen como una quiere. Hoy con mis pendientes le he servido un té caliente. Llueve y hace frío, la rutina se agolpa en los cristales y pierdo mi mirada en los tejados.

De repente el sonido de la taza de té en el suelo me ha sobresaltado, tendré que fregarlo antes de entregarme. No pasa nada, seguro que algún día escampa y podré pasear tranquila por la avenida. Ya no olerá a perfume, pero mis pendientes brillarán como lo hacen las gotas al resbalar entre las hojas, eternamente felices.

Pendientes de perla

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